Una Fórmula 1 que cada vez habla más español
Por Mauro García Forti
Sin ninguna duda, la Fórmula 1 es una competición muy británica. El hecho de que siete de los diez equipos que participan tengan sus fábricas en Inglaterra, que la propia categoría tenga sus cuarteles generales en Londres y que su siempre incisiva prensa tenga protagonismo en el paddock son clara prueba de ello.
A este dato se le añade el enorme número de pilotos de las islas que han tomado parte en el campeonato y que un buen número de campeones del mundo han hecho sonar el “Dios Salve a la Reina” cuando se subían a lo más alto del podio. Alcanzando la increíble cifra de diez vencedores del campeonato del mundo de origen británico, siguiéndole muy por detrás Brasil y Finlandia con tres campeones del mundo cada uno.
¿Y dónde quedan los hispanohablantes en todo esto?
En la primera década de la competición, marcada por el dominio de los fabricantes italianos y alemanes, Argentina sería la que capitanearía la representación hispana en la categoría, aportando hasta catorce pilotos en muy pocos años.
Corredores como José Froilán González, que logró la primera victoria para Ferrari en Fórmula 1 en 1951 y Juan Manuel Fangio, considerado uno de los mejores pilotos de todos los tiempos al haber conseguido cinco campeonatos mundiales con cuatro constructores distintos, iniciarían la andadura de éxitos de los pilotos hispanoamericanos.
En 1956, la breve aparición del Marqués de Portago a los mandos de uno de los bólidos de Ferrari daría a España su primer podio y con la llegada de los hermanos Rodríguez, que hoy en día dan su nombre al circuito que alberga el Gran Premio de México, terminaría la presencia regular de hispanoamericanos tras el fallecimiento de ambos compitiendo. Dando paso a la dominación de los brasileños como los más frecuentes fuera del continente europeo a partir de la década de los setenta.
Sin embargo, Argentina le daría al campeonato otra de sus joyas, siendo Carlos Reutemann el que con sus victorias y luchas por el título, se llevaba los vítores de un público hispanohablante que se iba quedando sin representantes.
Pasaron los años y las tímidas apariciones de latinoamericanos y españoles con maquinarias poco competitivas comenzaron a ser algo común, con nombres como Johnny Cecotto, Eliseo Salazar o Adrián Campos arrastrándose en las últimas posiciones.
No obstante, el nuevo milenio trajo nuevas esperanzas con la llegada de jóvenes como Pedro de la Rosa, que había triunfado en Japón y Juan Pablo Montoya, que venía de dominar en Estados Unidos al coronarse campeón de la CART en 1999 junto con su victoria en las 500 Millas de Indianápolis en el 2000.
El colombiano acabaría convirtiéndose en uno de los llamados “campeones sin corona” al haber luchado casi hasta el final por el campeonato del mundo en 2003 contra Michael Schumacher y Kimi Räikkönen, conquistando el Gran Premio de Mónaco por el camino, mostrando una velocidad estratosférica y un pilotaje agresivo que no dejó indiferente a ningún fanático.
Pero si alguien revolucionaría la Fórmula 1 sería Fernando Alonso, un joven proveniente de Asturias que había arrasado en categorías inferiores y que con solamente diecinueve años debutó en la máxima categoría con Minardi. Flavio Briatore se lo llevaría a Renault y lo demás es historia, dos campeonatos mundiales con los franceses, tres mundiales que se le escaparon en la última carrera en 2007 con McLaren y en 2010 y 2012 con Ferrari. Todo ello logrando unas estadísticas al alcance de muy pocos, convirtiéndolo en uno de los mejores pilotos que han pasado por el Gran Circo.
Por si fuera poco, el ovetense llevó este deporte a un país sin tradición en el automovilismo como España a cuotas de audiencias superiores a las del fútbol creando la “Alonsomanía”, un fenómeno que teñía las gradas de azul en todos los circuitos de manera similar al “Ejército Naranja” de Verstappen en estos días.
Montoya se marcharía a mediados de 2006 y Alonso, con apariciones señaladas de Pedro de la Rosa a los mandos de uno de los McLaren y el breve paso de Jaime Alguersuari por Toro Rosso, sería el máximo representante de la comunidad hispanohablante en la categoría reina del automovilismo. Pero esto no duraría demasiado.
Llegaría el 2011 y por fin Hispanoamérica tendría representación por partida doble con la llegada del mexicano Sergio “Checo” Pérez y el venezolano Pastor Maldonado.
Sus carreras serían muy distintas, con Checo convirtiéndose en el mejor piloto mexicano de la historia, corriendo actualmente en una de las mejores escuderías de la parrilla y Maldonado, con una trayectoria más breve pero que igualmente dejó huella con actuaciones como el GP de España de 2012, en la que le daría la primera pole position y la victoria en toda su historia a Venezuela.
Si bien la llegada de todos estos pilotos a la categoría en la primera década del siglo XXI significaba un mercado nuevo para la competición, no se libraron de la presión de ciertos sectores de la prensa europea, especialmente algunos medios británicos, que atacaban a los recién llegados por su origen y porque rivalizaban con sus pilotos.
Claro ejemplo de esto sería la temporada 2007, en la que la rivalidad de Alonso y Hamilton con el equipo McLaren de por medio provocaría que la prensa inglesa se volcase contra el español, a lo que la prensa española haría la misma estrategia contra el británico. Otro episodio similar ocurriría en 2013, donde Checo Pérez sería atacado por la tensión que mantenía con Jenson Button dentro de las filas de McLaren nuevamente.
El aterrizaje de Carlos Sainz en 2015 de la mano nuevamente de Toro Rosso significaría el paso de testigo a la nueva generación, ayudando a consolidar la representación hispana junto con Pérez tras el corto retiro del bicampeón español.
Por lo tanto, el presente está asegurado y en su mejor momento con la imagen reciente de la charla en español entre Pérez y Sainz en el podio del GP de Gran Bretaña y las buenas actuaciones de Alonso, que a sus casi 41 años sigue brillando. Pero el futuro nunca se había visto tan prometedor.
Luego de haber conquistado Estados Unidos, el español Álex Palou y el mexicano Patricio O’ Ward, campeón y subcampeón de la IndyCar, llaman a la puerta del Gran Circo para hacer historia también en Europa. Además de esto, la aparición en categorías inferiores del argentino Franco Colapinto junto con otros jóvenes como David Vidales o Sebastián Montoya, hijo de Juan Pablo, dan esperanzas de que la representación de Hispanoamérica y España en la F1 se mantenga vigente.